Eso de las fake news, noticias falsas o paparruchas (para que la RAE no se enoje) no es nuevo ni tampoco es una “moda” que inauguró el presidente de Estados Unidos. Antes les decíamos simplemente rumores o chismes, han existido desde siempre, y también desde siempre han tenido el potencial de afectar la reputación de los involucrados, sobre todo porque podrían ser reales ante los ojos u oídos del público, y esa posibilidad, por más pequeña que sea, puede ser la gasolina que alimente un incendio que puede salirse de las manos.
La diferencia no es tanto el término ni la definición, sino el contexto: hoy, debido a las redes sociales y a la proliferación de medios digitales, los rumores y chismes se visten de noticias, se publican y se esparcen como pólvora porque se dan por sentados: nadie, ni siquiera los medios de comunicación o periodistas más “serios” se dan a la tarea de investigar o de cuestionar la veracidad de los mensajes que emiten; retuitean o repostean primero y luego investigan o piden disculpas si algo resultó falso, y ya, la vida sigue...
Pero los daños permanecen para los individuos o las marcas víctimas de esta práctica. En la mente de la gente permanece la idea de que la noticia fue verdadera, porque pocos ponen atención a los desmentidos. Nadie se hace responsable, y como suele decirse, uno nunca se pone a pensar en que le podría pasar algo así hasta que le pasa, y entonces llega la crisis, con sus correspondientes consecuencias, que van desde un pequeño “troleo” en redes, hasta quiebras y daños permanentes si no se sabe manejar bien la situación.
Esto empeora en la era digital porque cualquiera puede publicar lo que sea en cualquier lugar y los algoritmos de las redes sociales favorecen el contenido emocional y con muchos corazoncitos en vez del real, que posiblemente pueda pasar desapercibido y no provoque morbo.
Pero el público también tiene parte de la culpa, al no ser consciente de los medios que consume o de los “tuiteros” que sigue, y sobre todo porque ya hizo costumbre eso de no saber algo y de inmediato decir “¡búscalo en Google!”, como si eso garantizara veracidad.
En fin, la cuestión con las fake news es que no se deben tomar a la ligera y hay que estar listo para cuando nos toque enfrentarlas. ¿Tu actual agencia de comunicación sabe lidiar con este tipo de crisis? No esperes a que te pase para actuar.
Las agencias también tienen la culpa...
Las agencias de comunicación deberían combatir junto con los periodistas a las fake news, ¿pero qué crees? No todas lo hacen.
De acuerdo con una encuesta de Bospar y Propeller Insight a ejecutivos de relaciones públicas, 1 de cada 4 agencias están dispuestas a decir “mentirijillas” con tal de alcanzar los objetivos de sus clientes. Y además son hasta doble cara, porque mientras un 75% de los encuestados cree que no son honestas acciones como robar el trabajo de otros, mentir o engañar y un 72% se declara en contra de publicar fake news, más de 28% lanzaría ese tipo de noticias si obtuviera algún beneficio. ¿Entonces? Así mismo, 54% publicaría “mentiras piadosas” y 55% cree que no tiene nada de malo usar click baits en los títulos de las noticias.Este tipo de actitudes afecta la relación entre consumidores y marcas, pero también la de los ejecutivos de relaciones públicas y los líderes de opinión (periodistas, influencers, socios, etc.).
Así mismo, estas agencias contribuyen a generalizar imágenes negativas de los periodistas y medios de comunicación en general, formando parte de un círculo vicioso que crece día a día y se intensifica en momentos clave como procesos electorales, desastres naturales, especulación financiera, etc.